domingo, 31 de julio de 2022

de un trabajo

 No es una guerra. Sin embargo puede que sea lo más parecido. Miedo, terror y muerte. Y por supuesto, negación. Es comprensible. Debe ser comprensible. Pienso que es sólo una maniobra, un ejercicio rutinario que se debe de hacer y se hace. Me centro en estos pensamientos mientras voy sentado en el camión camino de una residencia. Mis compañeros tampoco están para largas charlas, ni tan siquiera para cortas. Una hora antes el breefing ha quedado todo claro. Sabemos el orden, desde cómo entramos, cómo nos distribuimos, dónde están los cuerpos, los de los vivos y los de los muertos. Y cómo salimos: con el alma rota. Vamos.



miércoles, 26 de mayo de 2021

de encuentros

 Hace unos días salía de una céntrica librería cuando a unos pocos metros les vi. Era una pareja que no había visto desde hacía muchos, muchos años. Juntos, al menos, desde el instituto. Con él coincidiría en alguna carrera de San Silvestre pero las premuras de la carrera no nos depararían más que algunas palabras de cortesía. Iban con un niño de seis o siete años. Eran felices. Y empecé a recordar.

 Éramos unos críos, por muy mayores que nos sintiéramos por estar en COU. Ellos, la futura pareja, no se conocían. De vista seguramente porque no dejaba de ser un instituto pequeño. Mis amigos y yo éramos unos pícaros y se nos ocurrió una maldad. Ojo, no una maldad en sentido negativo sino más bien un enredo. Para el día de San Valentín unos profesores habían tenido la idea de que quien quisiera escribiese una carta de amor. Uf, qué cursi puede sonar hoy en día. Pues eso, que los muy sinvergüenzas le escribimos una carta de amor a la chica. Imagino que nos reiríamos redactándola y firmando con el nombre del otro. 

 Las cartas se repartieron en la fecha señalada y esperamos a ver qué pasaba. No nos enteraríamos hasta meses después cuando les vimos juntos, acaramelados, enamorados y esas cosas que pasan cuando dos personas se hacen tilín. Aquello nos sorprendió y lo atribuimos a que en el fondo tenía que ser así porque en el fondo de cada uno habitaba un Cyrano.

 Pues la cosa, el amor digo, perduró y salió adelante, pandemia incluida. Y qué prueba más hermosa que aquel pequeño mocito. Cómo me gustaría haberles preguntado por aquella carta de hace tanto tiempo,  las cábalas que hicieron, si las hubo. Tal vez la carta fue el catalizador de aquella relación o incluso puede que la carta nunca llegase a su destino y que a pesar de todo las cartas ya estuviesen marcadas. No sé. Me quedo con que aquella patochada de unos listillos les hiciera y les haga felices.

martes, 13 de octubre de 2015

Dos cubiertos y una ilusión.

Suspiró profundamente. Miró al móvil y dudó en silenciarlo o apagarlo. Dubitativamente no lo tocó. Fue a la cocina donde comprobó por enésima vez que todo estaba preparado. Volvió al salón y se acercó a la mesita donde estaba el móvil. Volvió a dudar delante del aparato pero comprobó que no había recibido ningún mensaje, tampoco ninguna llamada. Lo dejó y contó las sillas. Al sentarse en una de ellas le llegó el sonido que anunciaba un mensaje entrante. Cogió su smartphone y lo miró de reojo, comprobando únicamente que el aviso era real. No quería leer la excusa. Ni tan siquiera se molestó en recoger nada. Siguió sentado haciendo grandes esfuerzos por no pensar. Se levantó y comprobó que las sillas estaban perfectamente alineadas a la mesa. Esa noche se quedaría vacía. Como su corazón.

jueves, 16 de abril de 2015

De caza

 La intención de seguir siendo sólo amigos se quedó en agua de borrajas. Y a la primera de cambio. Aquel primer día de primavera ambos grupos se encontraron en la llanura. Los escindidos portaban dos venados recién cazados. La mujer que les dirigía se acercó al otro jefe, un robusto varón. Ella le preguntó, o le esputó, si se podía pasar. Si las miradas matasen allí habría habido una carnicería, y no precisamente de carne de ciervo. Dejando pasar el tiempo imprescindible para no dar sensación de claudicación se apartó. Mientras se alejaban, el hombre y la mujer se preguntaban cuándo se volverían a reencontrar.  

martes, 4 de noviembre de 2014

A cámara lenta

 El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. El trompazo sonó como un fin del mundo anticipado. Desperdigado por el suelo yacían mi padre y decenas de hojas, tal vez miles, guardadas previamente en la carpeta roja. Se levantó viendo el estropicio. Miró el objeto causante de la catástrofe: un tren con un león subido. Y es que hacía rato que debían de estar en su caja. Apreté fuertemente al muñeco, con miedo, claro. No comprendería hasta la adolescencia que hay miradas que matan. No chilló, no se enojó. Hizo lo más cruel que me podía hacer. Me dejó un mes sin postre. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

¿Por qué te vas Grub? Hola de nuevo Grub

 Esta entrada va sobre el Grub, el gestor de arranque típico de las distribuciones de Linux, y no de Gurb, el alienígena desaparecido en Barcelona de Eduardo Mendoza. Hecha la aclaración al lío.


 El Gurb que tenía instalado se borró, se modificó, se fugó de Matrix o vete a saber qué le pasó. Explicaciones puede haber varias y de todos los colores. Cosas de la informática. A mí plin, lo que quería era recuperarlo para que todo volviese a estar en armonía y poder entrar a Ubuntu o al güindous equis pé.   ¿Qué me pasaba? Encedía el ordenador, of course, y tras unos interminables minutos en los que parecía que se me quedaba colgada la BIOS, entraba a algo del kernel del Linux por comandos, un tal initramfs. Escribía el comando exit y al rato me cargaba el Ubuntu 14.04. Claro, así no podía estar cada vez que enchufase el bicho.

Hice lo que todo hijo de vecino: irme derecho al buscador por antonomasia e ir separando la paja del grano. Y al grano. En mi caso me funcionó sin problemas y por eso lo pongo aquí. Te vas a


te instalas el programita de marras, Boot Repair, y lo ejecutas como te indica la hoja. Asunto arreglado. Ya está. Fin.


jueves, 15 de mayo de 2014

De abismos


La lluvia de fuego que lentamente devoraba la ciudad. Así se refería mi padre, asomado a la ventana del quinto piso, a aquel chaparrón vespertino de finales de mayo. Yo, sentado frente al escritorio, rogaba porque aquella figura retórica se tornase literal. Ojalá nos pudiese engullir rápido y atropelladamente. Delante de mi unos apuntes escritos hace meses y que a falta de unos días para los exámenes finales volvían a la luz cual antiguos papiros egipcios. El sempiterno precipicio de junio se volvía a abrir bajo el aguacero.

viernes, 9 de mayo de 2014

No mires al cielo


 Y nunca le recordaba lo que no se debía contar. Así que el renacuajo siempre lo soltaba con inocente naturalidad. Un día la maestra le oyó. A la salida del colegio la docente abordó discretamente al padre. De camino a casa el hombre iba caviloso, sin mirarle, apretándole fuertemente la mano. Tanto que el crío expresó malestar. Los ojos, verdes unos, azules los otros, se encontraron ante un semáforo. “Ya te he dicho alguna vez que hay cosas de papá que no debes contar”. El niño se revolvió apartando la mirada y se justificó. “Pero, papá, si es verdad. Mamá siempre me dice que no hay que mentir. Y yo te he visto. Te he visto volar.”

viernes, 14 de marzo de 2014

de un microrrelato sobre las fallas

 Eran sus primeras fallas. Apenas llevaba unos días en la ciudad y ya se había acostumbrado al bullicio de las calles colindantes, al olor de buñuelos recién hechos o al ruido de petardos. Viendo pasar a la gente había puesto en marcha un pequeño experimento sociológico/estadístico: dependiendo de la hora, madrugada incluida, podía anticipar la edad de la gente que pasaba por la vía.
 La algarabía le contagiaba la alegría por estar allí. Llegó la gran noche, la noche de la cremà, cuando se dio cuenta que era un ninot. Las lágrimas, algunas de felicidad otras de tristeza, se evaporarían al alcanzarle las primeras llamas.