jueves, 21 de septiembre de 2006

Vientos del pasado

La calle yacía yerma. Las farolas se iban apagando consecutivamente a lo largo del Quai. Me dolía la cabeza, inicio de una mala resaca, y el viento era tan gélido que abrasaba la cara. Aparece por detrás un coche chirriando rueda. De repente me percato que la estación de metro no debe de abrir hasta dentro de una hora. ¿Qué hago? ¿Dónde voy con este frío? ¿Es que no hay un maldito taxi en esta puñetera ciudad? Mierda, andando a casa son treinta minutos, la lotería asegurada para un buen catarro. Y no puedo volver atrás, me he despedido.
El frío me cala hasta en los huesos. No hace falta ir a la estepa siberiana. La Rue Monge no hace sino canalizar el viento hacia el único ser vivo que se aventura a esa hora. El inconsciente de mi persona. Una ráfaga que me hace girar la cabeza y el tiempo se para, no siento ya el frío. Un cartel de un café ha tenido la culpa. No me lo puedo creer. El nombre que figura en ese panfleto no puede ser cierto, debe ser una coincidencia. Está muerto hace muchos años y muy lejos de aquí. Entonces empiezo a recordar una conversación que oí cuando era un crío.

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