lunes, 30 de septiembre de 2013

de un pequeño desahogo

 Una de las mayores desazones que ha vivido el tabernero a lo largo de su vida ha sido su paso por la universidad. Lo que se presentía como un acceso al templo del conocimiento ha estado plagado de obstáculos justo para alcanzar dicha sabiduría. Y lo peor es que han sido obstáculos superfluos, evitables. 
 ¿Cuáles son? Pues tengo varios, así de entrada y a bocajarro: horarios obtusos, guiones de laboratorio que ni el propio redactor podría descifrar pasado un tiempo (omito hablar de las faltas de ortografía) y profesores con una capacidad pedagógica nula ni buscada; ojo, ésto en contraste con otros magníficos.
 Una de las cosas que más mala leche me ha puesto siempre ha sido el tema de la notación. Sí, en estos tiempos sigue ocurriendo todavía. Vergonzoso. He aquí lo más bochornoso que uno puede encontrarse sin salir tan siquiera de la misma facultad. Casi, casi, cada asignatura marcada por el caprichoso desdén del endiosado de turno empleando un código diferente, a veces confuso, y no hablo de sustituir la j por el número imaginario i en el electromagnetismo (que tiene guasa bien mirada la cosa).
 Pero no nos rasguemos las vestiduras por estas simpleces. Lo más terrible, lo más sangrante, aquello por lo cual hay que poner, y pongo, el grito en el cielo es el discurso cuasi esotérico que he presenciado durante años (más de la cuenta para mi salud mental, por cierto). ¿Cómo no ser capaz de seguir el hilo argumental de una cavidad láser, la demostración del teorema de equipartición o de una función par en mecánica cuántica? ¿En qué momento me he perdido? ¿De qué estamos hablando? ¿De tarot o ciencia?
 Los principios físicos son sencillos. Ésto se lo oí a un viejo catedrático de teóricas por el que siento gran estima. Y, pardiez, lo son. En modo alguno triviales pues surgen de nuestra capacidad cognitiva y de la intuición intelectual frente a un universo tan maravilloso y deseoso de ser explorado por sus rincones, si es que es posible que tenga alguno y no sea, como decía un viejo amigo, infinito y más allá.

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