Y este próximo domingo se celebra el maratón en la ciudad donde nací; y donde corrí esta carrera por primera vez. Y no voy a poder correrlo. El año pasado la ví desde fuera y casi lloré por no poder estar dentro. Seguía resentido de la rodilla izquierda. Y sigo resentido. No, este año tampoco toca. Y me duele más no poder participar que lo que me puede doler la rodilla.
El maratón es algo especial. Mi amigo Nacho decía que el que corre debe pasta. No sé, quizás el boom inmobiliario en España lo que pretende es volvernos más deportistas. Pero bueno, hay quien puede pensar que correr, y correr tanto, es aburrido y cansado. Pero el maratón no es sólo correr. Es el esfuerzo diario de entrenamiento, de levantarte pronto, estés en la ciudad que estés. De calzarte esas zapatillas viejas. Es un reencuentro con uno mismo. El ser consciente de llegar al límite físico y seguir adelante. De llegar al muro de los 30 km, plantearse a uno mismo abandonar, mirar como se extentiende delante de tí la línea verde, decir aquello de ¡pero qué coño! y seguir, siempre, hacia delante.
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