Hay días en los que uno se caga en la Constitución y no entiende el porqué la navaja albaceteña ha de quedar reducida a cortar queso y chorizo. Hoy es uno de esos días. Estaba yo ensimismado con mis labores en el piso okupa, haciendo el friegue y resolviendo ecuaciones de movimiento con lagrangianos, cuando tocan a la puerta. Voy solícito a abrir pensando que son los albañiles chapuceros que están con la reforma del piso cuando me doy de bruces con dos tipos trajeados. Mal rollo, pienso.
- Hola, buenos días. Queríamos saber si ha recibido el último número del Círculo. - Me espeta de buanas a primera.
- No, no lo hemos recibido porque no estamos suscritos - Joder, más claro agua.
- De forma gratuita se los podemos mandar mensualmente - Ala, a ver si pican hoy.
- No se preocupe, no voy a tener tiempo...
- Pero, a usted le gusta leer, ¿no? -
Y aquí es cuando por lo bajini me empiezo a cagar en la puta madre que lo parió a él y al trajeado-en-prácticas ante tal despligue de marketing. Voy a echar mano a la vizcaína. Mierda, no tengo. La Constitución no me deja llevarla. Pero tengo una navaja de Albacete en la cocina. No vale la pena.
- Disculpe, no tengo tiempo - Y con una elegante sonrisa correspondida por los trajeados me despido de ellos agradeciándoles no se sabe qué coño les tengo que agradecer. Pero debe imperar la educación que me dieron.
Pero, en fin, me toca los cojones, y bastante, que para venderte algo, aunque fuese un libro, te vengan a casa a molestar y a intentar hacerte pasar por paleto para colocar la puta revista y, por si cae, alguno de sus libros. Si quiero un libro me voy a una librería o a una biblioteca. Ya está, se me ha pasado el calentón.
P.D. El libro que me estoy leyendo ahora se llama El libro de las ilusiones de Paul Auster. Y lo estoy encontrando exquisito.
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