Era una tarde otoñal en la que podías dar una vuelta por el Quartier Latin sin notar excesivamente el frío. Todo el día en la facultad, hasta que decidía coger los bártulos y me iba por ahí. Pero aquella tarde no tenía mucho ánimo, estaba bajo de alegrías, decaido, pensé en volver a casa y meterme en la cama una buena temporada. Así que cogí el Boulevard Saint-Michel y a la parada del metro. De repente, de una tienda de discos veo salir a Javi y nos abrazamos por habernos encontrado casualmente en medio de una ciudad que días atras estuvo a punto de echarnos de una patada. Me sentí muy feliz de aquel encuentro. ¡Y lo celebramos comiéndonos un kebab!
Y de esto me acordé cuando el otro día ví a Javi, en mi ciudad. Eso sí, antes se perdió en las calles de esta estresante ciudad y finalmente apareció en la Avinguda Jacinto Benavente. Nos dimos un abrazo y nos volvimos a alegrar por el reencuentro.
Recordamos días de París y esos invisibles lazos que hicieron que nos encontrasemos con tanta gente a la que sinceramente añoramos. Pero fue rápido, demasiado rápido. Como llegó se fue. No dió tiempo a mucho.
Pero conspiramos, lo justo y necesario a la hora del té ;-) , para provocar ese reencuentro, que me apetece, nos apetece, mucho con toda la gente con la que un día tropezamos allende los Pirineos.
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