viernes, 27 de junio de 2008

Reencuentros

Necesitaba unos días para pensar. No, pensar no, decididamente quería parar; eso, parar por un momento, bajarme del tren en un apeadero, tomar aire, encender un cigarrillo y respirar como sólo se puede hacer sabiendo que el tren va a seguir, te tienes que volver a subir y el aroma de ese andén se quedará en el recuerdo, en el almacén de los recuerdos.
La parada la hice en Barcelona, cómo no. Ciudad mediterránea con alguna calle gótica donde encender el dichoso cigarro y algún amigo al que no iba a llamar. Pero hubo una llamada al móvil. No reconocí aquella voz femenina porque a lo largo de los años había cambiado:
Nos conocimos de niños. Sus padres, barceloneses, eran amigos de los míos y pasaron unos días en casa. Apenas recuerdo nada de aquella fugaz visita. Sólo una cosa que no olvidé. Al irse ella se encaprichó de un cómic que tenía. Uno de Zipi y Zape creo. Yo no quería dárselo y ella cogió un berrinche de no te menees. Me resistí. Mi madre terció dándoselo y prometiéndome que me compraría otro. Jamás llegó a cumplir la promesa. La niña, recuerdo, me miró con sus grandes ojos verdes, sonrió y me dió un beso en la mejilla llevándose mi preciado cómic. Odié a aquella niña, luego la olvidé. Quizá un presagio en mi futura relación con el sexo opuesto.
No reconocí su voz pero sí su nombre. Por lazos que sólo la casualidad sabe enhebrar sabía que yo estaba en su ciudad. Quería verme y quedamos en una cafetería del centro. Me cogió tan de sorpresa que no llegué a preguntarme por qué alguien tendría interés en reencontrarse con un prefecto desconocido. Habían pasado muchos años, adolescencia y primera juventud incluida. No sé, esto fue lo que me despertó el interés en acudir a la cita.
Llegué al café antes de la hora, total, no tenía nada que hacer. Sólo entonces caí en la cuenta de que no habíamos concretado en cómo reconocernos. Teníamos los móviles, tragedia abortada. No hicieron falta. La reconocí enseguida. Físicamente es obvio que había cambiado pero no así sus ojos verdes. Nos miramos y nos reconocimos. Se acercó y nos dimos los protocolarios besos. "Creo que me debes una explicación, ¿cómo me has encontrado?" "Ha sido muy sencillo. Espera, antes tengo algo tuyo" Y del bolso sacó el viejo tebeo descolorido.

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