miércoles, 12 de junio de 2013

Del agujero


 Nos precipitábamos al horizonte de sucesos de Cygnus X-1. Una vez más, miré al piloto, el cual ni tan siquiera disimuló su malestar mediante un chasquido en el paladar acompañado de una mirada de esas que matan. Sin embargo, era necesaria tal aproximación para verificar la información que la Estación Espacial Cisne Negro nos había reportado dos horas antes. El Mare Nostrum quedó estacionado en la conocida como Zona Omega que por protocolo de seguridad había sido establecida en los manuales de navegación espacial.
Empezamos a desplegar las sondas de teledetección y a configurar los aparatos para la zona del horizonte de sucesos. Cuando todo estuvo preparado observé por un ventanal el espectáculo que nos ofrecía el agujero negro, mejor dicho, las consecuencias que ofrecía su presencia. Quedaba lejos, muy lejos de nosotros pero si mirabas con algo de atención a las estrellas cercanas empezabas a notar que algo extraordinario ocurría. Estrellas decenas de veces más masivas que el Sol o Kepler aparecían cual fantasmas en la noche más negra que nos podamos imaginar. La forma apepinada de aquellas colosales masas de gas autogravitante dejaban entrever uno de sus hemisferios difuminado, el extremo, claro, que atraía inexorablemente el mostruo negro. Yo ya lo había visto en cinco ocasiones, ésta era la sexta, pero para la mayor parte de la tripulación de la nave era algo nuevo. Ni la más detallada representación en un entorno virtual tenía comparación con lo que teníamos enfrente.
Recuerdo cuando de pequeño mis padres me llevaron a ver la aurora boreal. Me dejó embelesado creyendo que era un truco de magia de mi padre, así pues, nunca me dio miedo. En cambio, frente a aquel zampador de estrellas sentía gran pavor. De vez en cuando miraba el registro de nuestra posición en la zona de seguridad. El piloto no le quitaba ojo. A ningún tripulante se le ocurría preguntar lo que en las clases de la Academia se consideraba casi un chiste porque ni los propios físicos sabían qué reponder a ciencia cierta. Todos éramos conscientes de lo inestable que podía volverse el horizonte de sucesos y entonces, ¿qué ocurriría? Llegado el caso, la muerte sería más deseable que las conjeturas que circulaban entre los científicos.
Nada. Llevábamos tres horas y media y no obteníamos ningún registro. Cisne Negro había detectado otra anomalía. Lo llamábamos anomalía por llamarlo de alguna forma. Desde hacía unos meses se habían detectado ciertos episodios en la región circundante. Los detectores registraban que algo había salido del agujero. Obviamente, a esto no había manera de encontrarle lógica. El jefe técnico lanzó un grito. Otra vez ocurría pero en esta ocasión estábamos ahí para seguirle el rastro.
Nos desplazamos en dirección hacia la posición registrada con todo nuestro equipo. Aquello estaba como a dos años luz de distancia pero debido al colosal campo gravitatorio la distancia se acortaba a unas pocas horas. Y ahí estaba emergiendo como el mayor fantasma de todos los tiempos. Un poco más grande que nuestra nave y alargado hasta el infinito y más allá. Otra nave. Una nave que brotaba del agujero negro. En eso, el horizonte de sucesos sufrió una fuerte distorsión.
Imagen de Cygnus X-1 obtenida
por el satélite HERO de la NASA

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