jueves, 15 de mayo de 2014

De abismos


La lluvia de fuego que lentamente devoraba la ciudad. Así se refería mi padre, asomado a la ventana del quinto piso, a aquel chaparrón vespertino de finales de mayo. Yo, sentado frente al escritorio, rogaba porque aquella figura retórica se tornase literal. Ojalá nos pudiese engullir rápido y atropelladamente. Delante de mi unos apuntes escritos hace meses y que a falta de unos días para los exámenes finales volvían a la luz cual antiguos papiros egipcios. El sempiterno precipicio de junio se volvía a abrir bajo el aguacero.

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