Bosque frondoso, de noche, con ruidos varios y yo corriendo. Es evidente que huyo de algo y que voy tropezando cada vez que vuelvo la cabeza hacia mi perseguidor. Qué o quién me persigue no lo sé, tal vez un monstruo de un solo ojo o un asesino en serie. Soy vagamente consciente de que lo estoy soñando porque estoy, porque me siento, en duermevela. Los ojos abiertos como platos. Siempre me ha encantado la palabreja: duermevela. Esa frontera indeterminada entre el sueño y la realidad. Cuando angustia la divisoria se puede volver un abismo.
En un acto de voluntad decido dejar de correr y alargar el brazo derecho hacia la mesilla de noche para ver la hora. Es tan indeterminada como la oscuridad de la habitación y de la calle. Nuevo esfuerzo para levantarme de la cama y caminar por la casa a tientas. Busco el sobre que está sobre la mesa de la habitación del despacho.. Lo toco sintiendo la aspereza del papel y el contorno del sello. Esta tarde al recoger la carta del buzón lo primero que he hecho, de forma instintiva, ha sido fijarme en el sello: un barco a vapor de esos que cruzaban antaño el río Misisipi. De pequeño lo hubiese recortado cuidadosamente mientras sonreía por el nuevo tesoro hallado, dejando en segundo término el contenido del sobre. Hoy, en cambio, un fruncimiento de ceja ha debido de ser mi reacción al reconocer la letra.
Tras un rato saco el papel doblado y la foto. Aparto la hoja y contorneo la foto con cuidado de no tocar su superficie. Enciendo el flexo y de reojo observo la imagen, pero poco a poco, no sé si para acostumbrar los ojos a la claridad o al alma. Está algo gastada la vieja fotografía en blanco y negro. Un torrente de emociones me asalta hasta que vuelvo a meter el papel que ya leí hace unas horas y la foto en el sobre. Abro el arca y en una pequeña rejilla lo guardo. Lo más probable es que nunca la vuelva a sacar de ahí pero la imagen que lleva se quedará guardada en mi memoria como cuando hace sesenta años la tomé.
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