miércoles, 26 de mayo de 2021

de encuentros

 Hace unos días salía de una céntrica librería cuando a unos pocos metros les vi. Era una pareja que no había visto desde hacía muchos, muchos años. Juntos, al menos, desde el instituto. Con él coincidiría en alguna carrera de San Silvestre pero las premuras de la carrera no nos depararían más que algunas palabras de cortesía. Iban con un niño de seis o siete años. Eran felices. Y empecé a recordar.

 Éramos unos críos, por muy mayores que nos sintiéramos por estar en COU. Ellos, la futura pareja, no se conocían. De vista seguramente porque no dejaba de ser un instituto pequeño. Mis amigos y yo éramos unos pícaros y se nos ocurrió una maldad. Ojo, no una maldad en sentido negativo sino más bien un enredo. Para el día de San Valentín unos profesores habían tenido la idea de que quien quisiera escribiese una carta de amor. Uf, qué cursi puede sonar hoy en día. Pues eso, que los muy sinvergüenzas le escribimos una carta de amor a la chica. Imagino que nos reiríamos redactándola y firmando con el nombre del otro. 

 Las cartas se repartieron en la fecha señalada y esperamos a ver qué pasaba. No nos enteraríamos hasta meses después cuando les vimos juntos, acaramelados, enamorados y esas cosas que pasan cuando dos personas se hacen tilín. Aquello nos sorprendió y lo atribuimos a que en el fondo tenía que ser así porque en el fondo de cada uno habitaba un Cyrano.

 Pues la cosa, el amor digo, perduró y salió adelante, pandemia incluida. Y qué prueba más hermosa que aquel pequeño mocito. Cómo me gustaría haberles preguntado por aquella carta de hace tanto tiempo,  las cábalas que hicieron, si las hubo. Tal vez la carta fue el catalizador de aquella relación o incluso puede que la carta nunca llegase a su destino y que a pesar de todo las cartas ya estuviesen marcadas. No sé. Me quedo con que aquella patochada de unos listillos les hiciera y les haga felices.

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