martes, 4 de noviembre de 2014

A cámara lenta

 El muñeco fue el primero en cerrar los ojos. El trompazo sonó como un fin del mundo anticipado. Desperdigado por el suelo yacían mi padre y decenas de hojas, tal vez miles, guardadas previamente en la carpeta roja. Se levantó viendo el estropicio. Miró el objeto causante de la catástrofe: un tren con un león subido. Y es que hacía rato que debían de estar en su caja. Apreté fuertemente al muñeco, con miedo, claro. No comprendería hasta la adolescencia que hay miradas que matan. No chilló, no se enojó. Hizo lo más cruel que me podía hacer. Me dejó un mes sin postre. 

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